Alejarse para volver
Cinco días cocinando en la Patagonia, para escuchar mejor, cocinar con más sentido y volver a creer que otro futuro es posible.
Me fui al sur.
No por vacaciones ni para desconectarme, aunque terminó siendo un poco de ambas cosas.
Me invitaron a cocinar por cinco días en Casa Patagonia, un hotel frente al Lago Caro. Una experiencia privada, un grupo reducido, y una cocina hecha con intención.
A simple vista: un trabajo más.
Pero el sur no tiene nada de simple.
Alejarse para mirar distinto
Los días en la ciudad, incluso en un restaurante, tienen un ruido que se pega al cuerpo. Un ritmo que te arrastra sin que lo notes. Uno cree que está enfocado, pero en realidad está atrapado. Y a veces, la única forma de ver con claridad es alejarse un poco.
Eso hice.
Cinco días cocinando lejos. Con productos nobles, con leña real, con cuchillos afilados, pero sobre todo, con tiempo.
En la Patagonia el tiempo tiene otra forma. Y el silencio también.
Y ahí, en ese silencio, uno empieza a escuchar mejor:
Lo que quiere.
Lo que no.
Lo que le hace bien.
Y lo que ya no.
Fuego, naturaleza y oficio
Cada día tuvo un eje: la vaca, el chancho, el mar.
Pero más allá de los productos, fue una cocina centrada en el oficio.
Esa palabra que lo resume todo cuando se cocina con sentido.
El primer día fue la vaca.
Un animal criado ahí mismo, en los pastos del hotel.
Empezamos por los interiores: ajíaco de cogote, estofado de riñones e hígado.
Luego, desposte en vivo, plancha encendida, tártaro crudo, panita con chimichurri y costillar a las brasas por cuatro horas.
Cocinar así es también respetar la vida del animal.
Usarlo completo. Darle sentido.
El segundo día fue el chancho.
Un animal de 35 kilos, deshuesado entero para preparar una porchetta cocinada a fuego indirecto, por 4 horas a 165°C y luego 30 minutos de fuego fuerte para que la piel suflara.
Aliñada con hierbas locales y mermelada de cebolla.
Hacer eso te exige estar presente.
No hay apuro, no hay adorno.
Hay calor, paciencia y concentración.
Y cuando estás ahí, no piensas en otra cosa.
El tercer día fue el mar.
Un mariscal que terminó en shot, un arroz caldoso cargado de profundidad, y una merluza cocinada en el Keveri con arroz árabe cocinado dentro de las costillas del chancho del día anterior.
Cocina circular.
Nada se bota. Todo se transforma.
El sur intenso
En la Patagonia no hay señal perfecta ni horarios estrictos.
Hay cielo. Hay frío. Hay caminatas largas donde no suena el teléfono.
Y cuando no hay ruido externo, el ruido interno también baja.
Ahí me reencontré con algo que, en medio del Excel, el Instagram y los proveedores, a veces olvido:
Por qué cocino.
Y para qué.
Volver a creer
Alejarse del fuego de siempre, para volver a encender otro con más sentido.
Alejarse de la ciudad, para volver con el cuerpo lleno de comida rica y la cabeza llena de nuevas preguntas.
Alejarse de las metas que no te calzan, para replantearlas desde otro lugar.
Y al final, darte cuenta que lo que parece trabajo, también puede ser vida.
Y si tú también estás en ese punto…
Todo esto está cocinado sobre años de oficio.
Pero también sobre una estructura que me ayuda a mirar lo que hago con claridad.
Se llama El Gastro Método: La Identidad.
Y está hecho para cocineros, emprendedores y creativos que necesitan volver a preguntarse:
¿Quién soy? ¿Qué cocino? ¿Qué quiero contar?
👉 Si tú también necesitas dar un paso atrás para mirar distinto, te dejo el link: EL GASTRO MÉTODO: LA IDENTIDAD
Nos vemos el otro jueves.
Con más historias, más preguntas… y más fuego.
Un abrazo,
RO.
¡Qué hermosa la reflexión de hoy Rolo! Gracias por compartir.